Dame tu voto. ¡Gracias!

Dame tu voto en HispaBloggers!

viernes, 12 de septiembre de 2014

Botín

Cinco jóvenes se juntan en el parque de una gran ciudad de nuestra geografía. Es viernes por la tarde: el radiante sol incendia la urbe que está cubierta de fino polvo gris y de una etérea marea de contaminación imperceptible. Ajenos a todo esto, los chavales conversan en tono animado. Dos de ellos cursan carreras en una universidad pública de prestigio. Otros dos, peleados con los libros o las matemáticas, se decantaron por la formación profesional. El último, como esa quinta parte de jóvenes españoles1, ni estudia ni trabaja. Colegas desde la infancia, han quedado en su lugar habitual, en el epicentro de su barrio incendiado, recubierto de polvo y polución. Se pasan un buen rato discutiendo sobre qué hacer por la noche.
-A mí People no me gusta, tronco.
-Pues vamos a Budha, hace dos semanas nos pegamos el fiestón.
Y una vez decidida la discoteca, acuerdan qué beberán: dos botellas de ron y una de ginebra, todo de marca blanca. Uno del grupo osó proponer comprar Beefeater. "No hay chasta", le respondieron casi al unísono.

Para adquirir los ingredientes que luego mezclarán, todos han puesto cinco euros. Nadie se escaquea. En cuanto el consejo dictamina el brebaje, sus componentes echan mano al bolsillo para abonar la cuota correspondiente. Las porciones son totalmente equitativas. Pero, si alguien no ha sido capaz de recabar el dinero, otro compañero pagará su parte, y la deuda quedará saldada la siguiente vez que salgan de fiesta. Sencillo.

Como en toda sociedad, la cuadrilla está formada por personas completamente distintas, con ideales antagónicos, necesidades y deseos enfrentados, gustos diversos y preferencias dispares. No obstante, su funcionamiento no se ve entorpecido por este motivo, sino que 
gana en riqueza y versatilidad, al estar compuesto por miembros con múltiples habilidades. 

A mayor escala, las normas claras y lógicas que rigen esa comunidad, normas que todos los individuos compartimos, normas acuñadas ya en la Prehistoria, normas basadas en el diálogo, en el debate, en el consenso, son normas quebrantadas, normas inválidas e ineficaces; papel mojado.

¿Existe acaso el debate en el Congreso? ¿Se trata de resolver problemas mediante el diálogo como los jóvenes alcohólicos del parque? ¿Se reparte equitativamente el peso de mantener el sistema público? ¿No rehuyen sus responsabilidades tributarias precisamente 
aquellos que no tienen dificultades para hacerlas frente?

En un contexto bien distinto, Hannah Arendt habló por primera vez acerca de la banalidad del mal. Ese hecho es pieza básica del aparato del Estado: el mal ha sido despenalizado. No del todo, claro está. Solo los actos físicos contrarios al orden mantienen su carácter perverso. Por un lado, la sociedad pide vísceras: asesinatos enfermizos y horribles, violencia machista, crímenes ideológicos. Son el sustitutivo del terrorismo en la sociedad del espectáculo. En cambio, éstos escapan al control de la gente. Son hechos de la peor calaña, que en nuestro código moral no tienen cabida hoy, como tampoco lo tuvieron hace muchos años. 
A alguien hay que colgar. Es demasiado obvio hacerlo con el violador, con el psicópata que goza descuartizando, con el neo-nazi. Para esos casos, que la Justicia haga su labor.

Quiere saciar su sed de sangre, y la masa encuentra un oasis en el "vandalismo". Piquetes informativos, pintadas, destrozo de sucursales. Incluso algo tan insignificante como el botellón equivale al asesinato de Lennon. Ellos son los nuevos herejes. Vándalos sin valores, seres abominables que no respeten nada. "No me extraña que uno de cada dos jóvenes esté en paro si se pasan el día emborrachándose".

La banalización del mal tiene dos vertientes. Por un lado, se censuran actividades banales. Por otro, se tornan banales actividades censurables. En la institución que debería representar a la ciudadanía española, en vez del discurso, se usa la ofensa y la fuerza para imponer decisiones. Muchos de sus miembros, con importantes recursos económicos eluden sus obligaciones fiscales, colocando lo conseguido con su salario pagado por el resto lejos del alcance de éstos. Para colmo, les sale más barato tomar unas copas en el Congreso que a los muchachos en los bares. 

En "El árbol de la Ciencia", Baroja relata como el pueblo ve con peores ojos que un individuo robe a otro, a que uno solo robe a todos. Aquel libro vio la luz en 1911, y retrataba la sociedad española de finales del XIX. Ciento diez años de evolución y aún seguimos en las mismas: llorando por los culpables y defenestrando a los inocentes. Pero no se preocupen, antes de morir, en 2012, el ladrón entregó su botín: 200 millones de euros ocultos a la Hacienda española. Era heredero, corrupto y banquero. Las tres palabras clave en la España de los botines.

NOTAS:
1-Un 23,7% de jóvenes españoles no estudiaba ni trabajaba en el año 2010. De hecho, los expertos creen que este número podría haberse incrementado en los últimos cuatro años. http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/09/11/actualidad/1347351489_459628.html*
*El enlace es de Septiembre de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario