Dijo Salvador Allende, "la historia es nuestra y la hacen los pueblos". Esa cita mágica, epitafio del último sueño de justicia social que vivió Chile, y que ya forma parte de la historia que quiso reescribir, no obstante, no es sino un deseo ilusorio, pues como todos sabemos, la historia la escriben los ganadores y, por desgracia, el pueblo acostumbra a salir derrotado, no victorioso. Aun y todo, en ocasiones el pueblo, "matagigantes" en su expresión más organizada y conjunta, se alza contra el ignominioso yugo que lo asfixia, tomando así el plumero y el papel y haciendo válidas y ciertas aquellas palabras que, en su día, ante el ominoso final que le esperaba, pronunció un legítimo socialista desde el Palacio de la Moneda.
Aun así, es un hecho innegable que la Historia de la Humanidad no es más que el relato de una lucha bifronte: entre el pueblo, amplio en número y estrecho en poder, y la aristocracia, pequeña en número pero demasiado grande en poder. Durante el transcurso de esta epopeya maravillosa, el pueblo, esa mayoría en minoría, ha ido poco a poco arrebatando a la minoría en mayoría, su espacio ingente, conquistando, con su voluntad incontestable, con su unión inquebrantable, paso a paso, el trono de los poderosos y secularizando, a su vez, dicho trono.
Mosca cojonera en la red, mosca polémica. Dijo Baroja, "el nacionalismo se cura viajando y el carlismo leyendo". Desde qué lo escuché, viajo y leo. Lo llaman democracia y no lo es. Los artículos no están completos. Si están interesados en alguno, hagan clic en la pestaña "seguir leyendo". Así, me harán el favor de poder contabilizar las visitas en cada entrada.
sábado, 31 de enero de 2015
El día del pueblo
Etiquetas:
2015,
abusos,
conciencia obrera,
crisis,
democracia,
España,
historia,
historia política,
Madrid,
Pablo Iglesias,
Podemos,
política,
socialismo,
sociedad
miércoles, 7 de enero de 2015
Je suis Charlie
Es un miércoles por la mañana en pleno centro de París, la capital del
mestizaje, en el país más heterogéneo y multirracial de Europa. Armados con
AK-47 y al grito de “Al-lahu-àkbar” -Alá
es grande- abren fuego indiscriminadamente. El resultado: doce víctimas y más
heridos. Tras ese maldito himno, silencio y muerte. Pocos minutos más tarde,
todo se llenará de ambulancias, policías y prensa. El silencio queda cubierto,
no así el enorme vacío que dejan las muertes.
Cuando las masacres se cuentan por decenas, ya sea
en Nueva York o Nairobi, Madrid o Londres, el ciudadano de a pie parece
insensibilizado ante ellas. Se horroriza al principio, maldice un rato, acaba cambiando
de canal. Es la rutina del día de la desgracia. Vil rutina, que parece aceptar
con resignación la perversidad del que quita la vida sin pudor ni reparo. Gajes
del oficio pensarán, el precio que hay que pagar por convivir en una sociedad
plural y democrática. Se equivocan.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)