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sábado, 31 de enero de 2015

El día del pueblo

Dijo Salvador Allende, "la historia es nuestra y la hacen los pueblos". Esa cita mágica, epitafio del último sueño de justicia social que vivió Chile, y que ya forma parte de la historia que quiso reescribir, no obstante, no es sino un deseo ilusorio, pues como todos sabemos, la historia la escriben los ganadores y, por desgracia, el pueblo acostumbra a salir derrotado, no victorioso. Aun y todo, en ocasiones el pueblo, "matagigantes" en su expresión más organizada y conjunta, se alza contra el ignominioso yugo que lo asfixia, tomando así el plumero y el papel y haciendo válidas y ciertas aquellas palabras que, en su día, ante el ominoso final que le esperaba, pronunció un legítimo socialista desde el Palacio de la Moneda.

Aun así, es un hecho innegable que la Historia de la Humanidad no es más que el relato de una lucha bifronte: entre el pueblo, amplio en número y estrecho en poder, y la aristocracia, pequeña en número pero demasiado grande en poder. Durante el transcurso de esta epopeya maravillosa, el pueblo, esa mayoría en minoría, ha ido poco a poco arrebatando a la minoría en mayoría, su espacio ingente, conquistando, con su voluntad incontestable, con su unión inquebrantable, paso a paso, el trono de los poderosos y secularizando, a su vez, dicho trono.



Como toda historia, la que nos ocupa no ha sido un camino de rosas. El antagonista, llegado el momento que estamos analizando, vio peligrar de verdad su pujante negocio. Las dádivas con las que contentaban a la masa, supuestos derechos que solo se cumplían cuando les era conveniente, sumaban demasiados gastos: perdida la rentabilidad, había que tomar cartas en el asunto para mantener el chollo; su gran chollo.

Por primera vez en la historia, el trayecto que parecía inalterable varió su dirección. Ya no era el pueblo quien, lenta, casi penosamente, copaba más y más espacios del poder. Al contrario, los oligarcas habían preparado todo su arsenal para hacerles retroceder. De ese modo, el pueblo quedaba expulsado de su ínfima área de poder, lograda tras cientos de luchas y sacrificios, derramamientos de sangre, incluso. Un nuevo ardid, supuesta consecuencia inevitable de la esencia cíclica del sistema, y que no es más que un shock extrasistemático provocado con alevosía por esos aristócratas arrogantes, catalogados, a estas alturas de la trama, como casta, fue la herramienta idónea para su pérfida misión.

Sin embargo, al igual que en los cuentos clásicos, ya que la Historia de la Humanidad forma parte de ellos, el bondadoso plebeyo, empujado por esa ley natural que mantine que toda acción humana desencadena una reacción, se sublevará contra el malvado patricio. Al fin conocedor de la verdad acerca de la "crisis", la más minuciosa estafa jamás contada, el indignado pueblo cambió de rumbo y reemprendió la marcha con decisión y coraje, despojado de los miedos que les inculcaron, sonriendo con altivez a aquellos que les sometieron y oprimieron. Porque, 2015, no es el desenlace perfecto del cuento humano, sino el punto de inflexión en el desarrollo del mismo. En el año del cambio, el pueblo, hambriento, insurgente, sonriente se echó a la calle para celebrar el día del pueblo. Al mismo tiempo, los poderosos sintieron, como nunca antes lo habían sentido en sus elitistas clubes ni en sus lujosos salones, el abrasador aliento de un pueblo sonriente, y su sonrisa, al instante, se congeló, se resquebrajó y estalló en miles de pedazos. Esto ocurrió en el día del pueblo, primero del año del cambio, uno más que se escribirá, junto al discurso de Salvador Allende, en la Historia de la Humanidad.

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