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miércoles, 7 de enero de 2015

Je suis Charlie

Es un miércoles por la mañana en  pleno centro de París, la capital del mestizaje, en el país más heterogéneo y multirracial de Europa. Armados con AK-47 y al grito de “Al-lahu-àkbar” -Alá es grande- abren fuego indiscriminadamente. El resultado: doce víctimas y más heridos. Tras ese maldito himno, silencio y muerte. Pocos minutos más tarde, todo se llenará de ambulancias, policías y prensa. El silencio queda cubierto, no así el enorme vacío que dejan las muertes.

Cuando las masacres se cuentan por decenas, ya sea en Nueva York o Nairobi, Madrid o Londres, el ciudadano de a pie parece insensibilizado ante ellas. Se horroriza al principio, maldice un rato, acaba cambiando de canal. Es la rutina del día de la desgracia. Vil rutina, que parece aceptar con resignación la perversidad del que quita la vida sin pudor ni reparo. Gajes del oficio pensarán, el precio que hay que pagar por convivir en una sociedad plural y democrática. Se equivocan.


El pecado de los inocentes, trabajar en una revista satírica. Desde el año 2006, cuando Charlie Hebdo publicó sus primeras caricaturas referidas al Islam, y más concretamente a la figura del profeta Mahoma, el semanario ha sufrido, con mayor o menor frecuencia, ataques contra su sede o amenazas contra sus redactores, editores, dibujantes y colaboradores. Pese a todo, lejos de claudicar ante la intransigencia de quién quiere imponer sus ideas –que no vamos a molestarnos en rebatir- mediante el miedo y  la violencia, la revista siguió publicando, en clave de humor, sus viñetas y dibujos, sus artículos y editoriales.

En 1988, tras salir a la luz su cuarta novela, “Versos satánicos”, el escritor indio nacionalizado británico Salman Rushdie tuvo que huir de su país natal debido a las represalias que la publicación de su libro podría suscitar. De hecho, India prohibió imprimir y poner a la venta la obra, y pocos días después se le sumaron una veintena de países, entre los que cabe citar a Egipto, Túnez o Arabia Saudí. Más graves fueron los hechos acaecidos en Irán, dónde el ayatollah Jomeini ordenó públicamente su ejecución. Por el mero hecho de escribir inofensivas palabras, tan preciadas como las que componen el Corán, el intelectual indio se vio obligado a vivir escondido durante una década, protegido por la inteligencia británica.

Lo cierto, y lo único evidente en todo esto, es que a los fundamentalismos religiosos, especialmente al islamista, les trae al pairo la vida humana. Matan, y en su caso, matar no es el medio para conseguir el deseado fin: matar es el fin en sí mismo. Ya sea por una simple burla, por una opinión discrepante, por una caricatura humorística, por castigo tras no conseguir una compensación económica, por dar relevancia a su “lucha”. Sagrada lucha demente. La yihad, ese monstruo que lo justifica todo, ese medio que guía su inexplicable sed de sangre.

Libertad de expresión, libertad de conciencia, libertad religiosa. Son palabras hueras, despojadas de todo sentido en el ideario del fundamentalista. La fe ciega, irracional e injustificable, es la que todo lo razona y justifica. No es de extrañar que sean la sinrazón y la injusticia quienes rijan tales mentes.

En cambio, sus atroces crímenes parecen haber servido cumplido su objetivo. El Telegraph, en Reino Unido, pixelaba las caricaturas del semanario Charlie Hebdo. Mientras tanto, miles de parisinos se echaban a la Plaza de la República para exigir lo único exigible entre seres humanos: libertad, igualdad, fraternidad. O lo que es lo mismo, razón y justicia ante esos seres despojados de toda característica humana. Charb, uno de los dibujantes más populares de la revista, abatido hoy, se fotografiaba este verano sosteniendo la portada de una de sus más célebres y polémicas ediciones, copada por una de sus viñetas, en las que se distingue un matarife del Estado Islámico  degollando a Mahoma. En el reportaje aseguraba no tener miedo: “prefiero morir de pie a vivir de rodillas”. A partir de ahora, nos toca a nosotros luchar para que ninguno vuelva a morir, de pie, o de rodillas. Yo soy Charlie, tú eres Charlie. Hoy, todos somos Charlie.


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