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lunes, 29 de diciembre de 2014

Fe

Religiosas o no, las fiestas navideñas son la excusa perfecta para cerrar el año brindando con felicidad. Es tiempo de echar el cierre, de despedidas, y como tal, es tiempo de reuniones familiares y felicitaciones y celebraciones con amigos. En pleno siglo XXI, cuando más lejos de nosotros sentimos a nuestros seres queridos, en muchos casos por la ineludible distancia de quienes han hecho las maletas en busca de un futuro mejor o, simplemente, de un futuro, la tecnología nos permite estar al tanto de los vaivenes de todos ellos, felicitarles también las fiestas y hacer balance de lo bueno y lo malo que con el año se va. Sin embargo, paradojas del destino o qué sé yo, éstas son, irremediablemente, las fiestas de la tristeza, del desconsuelo y de la preocupación para muchos españoles. Las fiestas de la miseria, del engaño, de la desigualdad. Más que fiestas, heridas abiertas, crisis derivada en dramas personales, familiares.

2014, más allá de los titulares que nos ofrecerán los diarios, del rostro de Pablo Iglesias o del desfile inagotable de corruptos, ha sido el año de la esperanza. El de los pequeños gestos desinteresados, el de compartir paraguas cuando el temporal no amainaba, sino más bien al contrario, el de la ayuda por la gratitud. Entre tales socavones, el financiero, el industrial, el político, el moral, se han creado puentes de colaboración ciudadana, de solidaridad y esperanza. No se ha visto la luz al final del túnel, de hecho, es más extenso de lo que nadie pensaba, pero hemos pintado sus frías paredes de hormigón para que la odisea se nos haga, al menos, un poquito más amena. 


En los medios, cuando repasen el año saliente, saldrán los rostros de Rajoy y Pedro Sánchez, el morado de Podemos o el naranja de Ciudadanos, la caradura de Rodrigo Rato y otra vez la dichosa campana de la salida a bolsa de Bankia. Veremos a la jueza Alaya desfilar de camino a la Audiencia Provincial andaluza, al demacrado juez Ruz que todos quieren cargarse -y se lo han cargado ya- o al solemne juez Castro descendiendo por la pequeña pendiente que da acceso a los juzgados de Palma. Enfocarán a los apestados Cristina e Iñaki, a Francisco Granados, a la ex-ministra Mato -si es que algún día lo fue-, a Fabra, a Castedo y compañía. Hablará el pequeño Nicolás y hará temblar medio país, repasarán la abdicación de Juan Carlos y citarán el cese-dimisión de Torres Dulce. Relucirá el fracaso de la "Roja" en los mundiales, se enorgullecerán del éxito de las selecciones femeninas -por las que nadie da un duro, oye- y volverán viejos fantasmas con el fanatismo extremo de los grupos ultra en el fútbol.

En las casas, se comentarán todas esas imágenes que emiten nuestros televisores, se discutirá de política y de religión, se tratará el tema catalán o los derechos de sucesión de la Infanta. Aparecerán, en cada familia, un par de catedráticos en Derecho Constitucional, politólogos especialistas en América Latina, doctores en historia y un largo etcétera de eruditos en temas de actualidad. 
Sea como sea, conviene quedarse con lo bueno y dejar a un lado la séptima u octava recesión -¿por cuál vamos ya?-, el ébola, la guerra en el Este de Ucrania o el Estado Islámico. Recordar que este ha sido el año en el que las mareas blancas detuvieron privatizaciones, como la de la sanidad madrileña; o las mareas verdes, una multitud de desahucios sin alternativa habitacional. Honrar a personas como el teniente Segura, capaz de cargar con los castigos que hagan falta para hacer de las Fuerzas Armadas una institución más justa. Homenajear a esos reporteros secuestrados en Siria que volvieron a nuestro país sanos y salvos, y que siguen dando la vida por informarnos de lo que ocurre en nuestro planeta. Celebrar los éxitos de esas deportistas, porque principalmente son mujeres, que sin recursos han logrado hitos históricos alejados de los focos y sin conseguir, con ello, ingentes fortunas que llevarse a Andorra. O congratularse, simplemente, de que haya personas que lleguen a pagar hasta 40 € por trabajar -sí han oído bien, pagar por currar- en una cena de gala solidaria para centenares de familias cuyos miembros son parados de larga duración. 

En estas fechas, el sufrimiento de los más débiles contrasta con las recetas milagrosas de Rajoy y su camada. Si 2015 será o no el año de la definitiva recuperación económica, en realidad, nos la trae al pairo. Porque estas fiestas no necesitamos milagros. Nos basta con saber que, cuanto más difícil era la situación, mejor respondió la ciudadanía. Hemos perdido la fe en el niño, en la Navidad y en los milagros. A cambio, hemos recuperado la fe en el ser humano. Hagan ustedes balance y elijan si les compensa. 

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